sábado, 31 de enero de 2009

Simon Bocanegra sobre el Ateneo de Caracas



Por qué matan al Ateneo de Caracas Así como en el caso de RCTV, en el del Ateneo de Caracas, el argumento pretendidamente legal no es sino la tapadera de la venganza, de la retaliación política. El asunto va mucho más lejos. Constituye un episodio más en el desarrollo de una política cultural de sesgo neototalitario, para continuar debilitando la vida cultural independiente El asesinato del Ateneo de Caracas, al despojarlo de su sede, cuando sea contado, podrá ser presentado como la "crónica de una muerte anunciada", según reza la ya proverbial locución que García Márquez colocó como título de una de sus magistrales novelas cortas. En efecto, ese pozo de resentimiento y envidia que suele esconderse en el alma de los mediocres y los fracasados, y que mueve las decisiones políticas de Farruco Sesto, anterior Zhdanov de este régimen, ya había decretado el atenicidio. Siempre a la manera relancina como se procedió contra Radio Caracas TV, la cual fue cerrada según y que por el vencimiento de la concesión, al Ateneo se le desaloja de su sede según y que porque ahora en mayo vence el contrato de comodato por el cual el edificio ha albergado a uno de nuestros centros culturales más emblemáticos. Por supuesto que, así como en el caso de RCTV, en el del Ateneo de Caracas, el argumento pretendidamente legal no es sino la tapadera de la venganza, de la retaliación política. Pero, también y esto es lo realmente grave, el asunto va mucho más lejos. Constituye un episodio más en el desarrollo de una política cultural de sesgo neototalitario, para continuar debilitando la vida cultural independiente, en función de fortalecer el control estatal sobre ésta.

El plan es el de reducir los ámbitos donde se desarrollan las actividades culturales de toda índole, el de acorralar a los creadores en espacios reducidos, mientras todas las facilidades culturales, desde la infraestructura hasta los subsidios y el financiamiento del Estado, se manejan con el objetivo de "domesticar" a los hombres y mujeres de cultura y, de no lograr ponerlos abiertamente al servicio del régimen, al menos neutralizar el alcance de sus actos de creación. A este minicronista no deja de llamarle la atención el silencio de mucha gente que debería estar hablando ahorita. Hay mucha gente que de no haber contado con el Ateneo jamás habría podido dar salida al espíritu de las artes.

Oigo silencios atronadores. No sólo por el Ateneo mismo y su significación sino por la ominosa, siniestra política que trasuda su desalojo de la sede de Los Caobos.

viernes, 23 de enero de 2009

Soledad Morillo Belloso // Y Teresa llora


Al magnífico complejo el gobierno lo ha tornado en patio de templetes politiqueros
Años 60. Caracas se va "cosmopolizando". Pero la cultura está sumergida en el olvido. Pedro Ríos Reyna, compositor, director de orquesta y fundador y director de la Orquesta Sinfónica de Venezuela, camina por oficinas gubernamentales. En su portafolio, un sueño: crear en Caracas un albergue a la música. Un día logra una cita con el presidente del Centro Simón Bolívar, Gustavo Rodríguez Amengual. Don Pedro había pensado en una sala de conciertos. Rodríguez, visionario, piensa en grande. De una sala de conciertos se pasa a concebir un gran centro artístico.
Se abre un concurso. Los mejores arquitectos acuden. En septiembre de 1970 el proyecto es otorgado a Tomás Lugo, Jesús Sandoval y Dietrich Kunckel. Febrero de 1976.
La sala José Félix Ribas abre sus puertas. En un principio, fue pensada como un estudio de cámara. Luego, su forma de teatro semicircular griego la hizo idónea para hospedar la Sinfónica Juvenil de Venezuela. 19 de abril de 1983. Estreno del Complejo Cultural Teresa Carreño.
El alma de Ríos Reyna ya habitaba en el cielo. Nunca vio su sueño concluido. Elías Pérez Borjas, con quien tuve el honor de trabajar y quien durante años fue director del Teresa Carreño, decía que Don Pedro estaba en cada espacio. El complejo hospeda obras de Soto: sus cubos vibrantes blancos sobre proyección amarilla; sus cubos vibrantes sobre progresión blanca y negra, frente; sus pirámides vibrantes; su escritura negra sobre fondo blanco y el cortafuego.

Hay un espléndido busto de Teresa de Basalo. En la cúspide de la sala, un relieve mural sobre pantallas inclinadas de Abend. Hay obras de Oloe, Dellozane, Pizzani y Gemito. Hay un centro dedicado a preservar obras y objetos de Teresa, y otro en honor del compositor Reynaldo Hahn.

El Teresa Carreño cuenta con una estupenda compañía de ballet, el Ballet Nacional de Caracas. Es sede del Coro de Ópera Teresa Carreño, de la Filarmónica Nacional, del grupo Danzahoy, de la oficina de la Compañía Nacional de Teatro, la tienda de la Cinemateca Nacional y la tienda Entreacto. En 1998, la Fundación Teresa Carreño creó el Centro Documental, para recolectar, preservar y divulgar la memoria del complejo. El palco presidencial de la Ríos Reyna no está en un lugar privilegiado. Fue un mensaje democrático. Hoy Teresa llora. Al magnífico complejo el gobierno nacional lo ha tornado en patio de templetes politiqueros.
Llora Teresa. Muchos lloramos contigo.

lunes, 19 de enero de 2009

Oscar Hernández Bernalette // El pasajero de Truman


Me ha conmovido esta última novela de Francisco Suniaga. Son pocos los autores que en el tiempo me anclan en la lectura de este género literario. Pero confieso la fascinación que me produjo la historia de El pasajero de Truman (editorial Melvin, Caracas), segunda entrega literaria de Francisco, luego de La otra isla (2006).

Es de una extraordinaria narrativa, erudita, reflexiva que basándose en una gran historia de nuestra vida política de los años 40, se coloca a mi parecer en una de las novelas estelares de las letras venezolanas de los últimos años.Se nos narra la trágica historia de Diógenes Escalante, el diplomático venezolano que más cerca ha llegado a ser electo presidente de Venezuela. Fue propuesto como el hombre de la transición política para sustituir en la presidencia de la República a Medina Angarita. Escalante era considerado por la elite de aquel entonces como el "designado" para transitar pacíficamente al país del militarismo a la democracia.

Esta historia reaparece a través de un reencuentro, después de cincuenta años de silencio entre dos importantes actores de la vida diplomática y política del protagonista. Estos cercanos colaboradores de Escalante que lo trajinaron muy de cerca, fueron protagonistas de excepción en lo que fue la vida, pensamiento y tragedia final de un hombre, que por azar del destino, perdió en tres ocasiones la oportunidad de ser presidente de Venezuela. Su último y fallido chance por alcanzar la presidencia, no sólo fue una tragedia humana, sino un hecho del azar que determinó y cambió un destino que pudo haber sido menos accidentado para Venezuela y que aún en estos tiempos nos hubiese garantizado, quizás, una nación más desarrollada y con instituciones políticas más sólidas.

El pasajero de Truman o el infortunio de Diógenes Escalante, es una increíble anécdota sobre un hombre que estaba a punto de ser presidente, que entendía el proyecto político que requería Venezuela para salir del atraso económico, social y político de su época. Para sorpresa de la nación, Escalante se desvaneciera de la escena política cuando por causas del azar se descubre que no estaba equilibrado mentalmente para regir los destinos de la nación.

Sin duda, el destino le juega sucio y lo aparta por tercera y por última vez de su opción presidencial que tanto había añorado. Una extraña enfermedad siquiátrica obliga a su mentor principal, Medina Angarita, regresarlo discretamente a Estados Unidos en donde servía como su embajador y en donde terminó sus últimos días de vida, víctima de esa mala pasada y peor que la enfermedad, desterrado de la historia en Venezuela.

Lo más importante desde mi perspectiva de esta novela, entre cuento y ficción, que nos narra Francisco Suniaga a través de dos testigos de excepción, es su capacidad de compenetrarse con un personaje que si bien pertenece a los primeras décadas de la historia de Venezuela del siglo pasado, lo convierte a este hombre a través de la narración en un intérprete de su época obsesionado por sacar a Venezuela del atraso. Nos presenta realidades, vicios, defectos de aquella sociedad, que irónicamente aún están latentes en la nuestra. Las advertencias de Diógenes Escalante y la narración de sus dos personajes centrales, Humberto Ordoñez y Román Velandia, que sólo al final descubrimos sus verdaderas identidades, recuentan su historia y hacen una radiografía del pasado desnudando el presente. Una nación inmersa en los vicios del quehacer público nacional en donde la ética pasa a segundo plano y la obsesión por el poder se convierte en la razón de ser de la existencia del político por encima de la vocación por servir a sus compatriotas.

De esta novela me queda la satisfacción de haber disfrutado una fascinante historia, sus personajes, haberme sumergido en la descripción de Escalante un buen venezolano quien en parte es complementado por la magia de la ficción de quien lo describe a través de la narración. Ojalá, que las nuevas generaciones conozcan y comparen de nuestra historia pasada lo mucho que nos ha costado lograr lo poco que esta tierra de abundancia ha conquistado especialmente desde los años "cuando Venezuela era Gómez y punto".oscarhernandezbernalette@gmail.com

jueves, 1 de enero de 2009

Testigo y artífice



Elsa Cardozo

Ningún venezolano estuvo tan cerca de personalidades y acontecimientos internacionales definidores del rumbo de la historia mundial de la primera mitad del siglo XX, cultivando al propio tiempo, de modo prolijo y prolífico, el rescate escrito del pasado venezolano y el análisis de las circunstancias nacionales e internacionales de su tiempo. Ninguno como Caracciolo Parra-Pérez, nacido en Mérida en 1888 y fallecido en París en 1964, quien legó una impresionante hoja de vida como diplomático y servidor público junto con una vasta y respetable obra académica.
La biografía de este venezolano excepcional, recientemente publicada por Edmundo González Urrutia en la Biblioteca Biográfica Venezolana, facilita el seguimiento de un testigo y artífice excepcional de la política exterior venezolana en los más importantes escenarios internacionales de su tiempo, a la vez que del agudo observador y sabio consejero que cultivó un profundo conocimiento de nuestra historia.
El texto de González Urrutia logra organizar en fluida secuencia el transcurrir de la vida de quien, habiendo iniciado muy joven su carrera diplomática, ejerció en París, cuando la Gran Guerra avanzó hacia la capital francesa, y en Berna, cuando allí eran arbitrados problemas limítrofes con Colombia. Terminada la guerra, fue delegado muy activo y respetado en la Sociedad de las Naciones durante dieciséis años, buena parte de los cuales compartió como plenipotenciario en Suiza y en Italia.
Ya para entonces había comenzado a difundir desde el viejo continente su obra escrita con los estudios sobre Simón Bolívar (Quelques pages sur Bolívar y Bolívar, contribución al estudio de sus ideas políticas, 1918) y Francisco de Miranda (Miranda et la Révolution Française, 1925; Delphine de Custine. Belle amie de Miranda, 1927). Es de aquel momento una gestión de enorme significado para el patrimonio histórico venezolano: su recuperación del voluminoso archivo del Precursor de la Independencia.
La curiosidad y agudeza de un observador tan cultivado hacen de este venezolano un diplomático y analista excepcional. En la parte de sus memorias publicadas con el título Diario de navegación (Caracas, 1999), incluye el Memorando que contiene un plan de gobierno para López Contreras, "el más civil de los militares", inspirador del Programa de Febrero.
En ese Diario registra sus encuentros con Il Duce Mussolini, su preocupación ante el ascenso de Der Führer Hitler y El Caudillo Franco, las complejidades de los años finales de la Sociedad de las Naciones y la precariedad de la paz europea. De lo que sigue en la intensa vida de Parra-Pérez, González Urrutia destaca la breve pasantía como ministro de Instrucción Pública, su nombramiento en la Legación en Gran Bretaña, y luego en España.
Como Canciller, entre 1941 y 1945, desempeñó un papel muy relevante en las conferencias hemisféricas, con sincero sentido de solidaridad para la defensa continental, sustentándose en los principios y la experiencia con los que contribuyó significativamente en el proceso de creación de las Naciones Unidas. Su obra escrita se ampliaría con los volúmenes de Mariño y la guerra de independencia y Mariño y las guerras civiles (1954-1957), además de la Historia de la Primera República (1959).
Caracciolo Parra Pérez -testigo y artífice- fue un venezolano digno de la admiración y el respeto documentados y alentados por las páginas de Edmundo González Urrutia.